30 noviembre, 2023
Opinión

Creceremos cuando los argentinos logremos ser parte de un todo

Como sigue la vida después de la pandemia

Vamos camino a cumplir, cuando termine esta quinta cuarentena, los 80 días de aislamiento. Con ese número, posiblemente, vamos a superar a los chinos que son los que ostentaban el record. Llegando a ese límite, se supone que estaremos cerca de ir descomprimiendo las restricciones.

Sobre el tema del abordaje sanitario en el combate contra este virus, nadie tiene la verdad. En la relación con la economía, tampoco. Pero hay presiones desde los sectores que están sufriendo estragos por la falta de actividad que, en la medida que se acumulan los días sin desempeñar sus actividades va creciendo la debacle económica personal. También se resiente a nivel del Estado. La priorización de la vida es prioridad, no hay discusión. Hay una frase que se maneja estadísticamente: “Estar detrás en la curva les da a los países más tiempo para prepararse para un brote y aprender de los errores de los demás”. A pesar de que hasta ahora venimos con pocos casos y una buena relación entre los índices de casos con las muertes por millón de habitantes. Algunos manifiestan que si habría más testeos aumentarían los casos. Seguramente es así, pero no las muertes si es que las cifras manejadas por la letalidad del coronavirus son absolutamente ciertas. La duda sería desconfiar que, a todos los fallecidos, se les haga el test. Es la única posibilidad de sustento, porque si esto no fuera así,, ajustándonos a la transparencia de los datos, si con más testeos suben los casos, con las mismas bajas, se estaría reduciendo el índice. Cosa que sería positiva.

Por otro lado, se espera que el famoso pico podría llegar en las dos próximas semanas. Estamos viendo como está acelerando, en forma moderada, pero sostenidamente. Alcanzar la cima significa llegar a la meseta y después al descenso. Con esto la apertura de la circulación. Un desahogo para aquellos que trabajan con contactos cercanos con las personas. En actividades autónomas o en dependencia de terceros. Son los que han resultado más perjudicados. Para ese entonces debemos empezar a analizar y planificar el escenario con el cual nos encontraremos. Que vuelvan a funcionar los comercios, fábricas, empresas e instituciones, significa un aumento importante de la circulación. Pero no asegura que haya una reactivación de la economía. Es difícil que se excedan de los gastos por artículos esenciales. El país, las empresas, el comercio y la gente están empobrecidos. Es mucha la proporción de gente que durante ese tiempo sobrevivió liquidando los pocos ahorros que poseían. No se producirá una explosión de consumo. No queda resto para ello. Depende que el Estado inyecte dinero en la población para incentivar el consumo. En un Estado flaco y endeudado como el que nos quedó después de las crisis sucesivas y la pandemia el único camino es emitir dinero. Lo cual no es recomendado por los principios más elementales de la economía. Pero es una encrucijada dónde no se encuentra otra alternativa. Salvo que, como esto que nos sucede a nosotros también le ocurre al mundo. Quizás, como después de la guerra, aquel famoso plan Plan Marshall, acudió en ayuda de los países diezmados por la guerra y se convirtió en el motor de su recuperación.

Esa es la gran alternativa. Que el capital del desarrollo sea solidario, como tan pocas veces lo es, pero en una situación límite como ésta, estabilizaría a la población, ésta a los mercados, al consumir y así, el círculo virtuoso generaría crecimiento. Una manera de salvar al empobrecido para que éste pueda sobrevivir y mover la economía, y como consecuencia, mejorar sus ganancias también. Deberían de hacerlo por solidaridad y por propia conveniencia. Cuando la gente, de todo el mundo, vuelva a retomar su vida cotidiana. Cuando asome de nuevo a su realidad. ¿Cómo encontrará a todo aquello que representaba su forma habitual de vida? Su trabajo, las relaciones, los comercios donde compraba. Que es lo que puede seguir haciendo y lo que debe cambiar de sus costumbres. Seguramente se encontrará con un escenario distinto en muchos aspectos. Esto no se compara con aquel, que por enfermedad o porque emprendió un viaje de dos o tres meses, ausentándose de las prácticas cotidianas. Cuando se reincorpora. Él no estuvo, pero todo sigue igual. También tendrá que acostumbrase porque perdió el timming. Pero no es lo mismo, en este caso, casi todos desaparecimos de los lugares que solíamos transitar y de las funciones que ejercíamos.

El coronavirus está dejando a su paso muchos cambios. Empleos que se pierden, empresas, fábricas y comercios que cierran. La OIT calcula que se perdieron alrededor de 200 millones de puestos de trabajo en todo el mundo. Es casi de manual que, después de los conflictos a nivel universal, como este de la pandemia o guerras, terremotos, inundaciones, etcétera, le sigue les sigue la depresión y recesión. Tanto en términos sanitarios como psicológicos y económicos. Que también producen otras enfermedades y crisis a nivel individual y social, que derivan en más muertes y pobreza. Hay que prepararse en todas las formas posibles para afrontar lo que puede llegar a ocurrir. Incluso, a nivel político. El panorama cambia vertebralmente.

No hay otra manera que abordar esas circunstancias desde otro lado del concepto partidario. Se sale pensando en acciones en conjunto. Unir las fuerzas en contra de los verdaderos enemigos que la adversidad antepone y que son muy poderosos. Por esa razón, no pueden ser combatidas por esfuerzos que se inclinen en el interés acotado del individualismo excluyente. Hay que abrir las cabezas y los corazones. La pelea es de todos. Tampoco nadie saldrá indemne si se refugia en el egoísmo de pretender aprovechar la oportunidad para posicionarse personalmente. Aquí está el punto dónde, la grandeza de las actitudes revelará de qué lado están los objetivos de cada dirigente. Salvarse a sí mismo o contribuir a salvarnos todos. También es la oportunidad de sincerar para dónde apunta cada uno. Ahora, es el momento justo. El “Acuerdo Nacional” es imprescindible. Realizarlo con los mejores y más capacitados, mirando hacia adelante con inteligencia. Dejar la confrontación a un costado y caminar juntos hacia el futuro. Todos bajo la misma bandera.  Eso es patriotismo. Eso es ser buenas personas. Depende de la madera con la que estemos constituidos para que seamos parte de ese “todo”, que debemos llegar a ser los argentinos.

Por Francisco Grillo

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