Un país de pie con todos incluidos
El escrutinio definitivo de las elecciones generales del 2019 dejó una cifra de 48 a 40% entre el ganador, Alberto Fernández y el segundo, Mauricio Macri. Esto significa una cercanía equilibrada entre las dos partes de la población con visiones diferentes de los objetivos de país.
Esa escasa diferencia debería disparar un concepto opuesto al de la grieta que nos produce tanto daño a los hijos de una misma Nación. Que por pertenecer al mismo origen nos coloca en un nivel de hermandad y, lejos de resultar enemigos, deberíamos respetarnos desde esa condición fraternal. Vivimos en la misma casa, aunque pensemos distinto, tenemos que esforzarnos para hacerla sustentable. Trabajar para pagar las cuentas entre todos. La luz, el gas, la comida, los subsidios a los que no pueden, la cobertura médica, la educación para los chicos, conseguirle empleo a los que no lo tienen para que puedan también contribuir a sostener la casa de todos. Ni más ni menos, eso es un país, la casa grande de una gran familia. En definitiva, ganó Fernández, por un margen categórico, pero no abrumador. Si así hubiera resultado sería descalificador para la oposición en su responsabilidad para acompañar al oficialismo administrador en el próximo mandato. De esta manera, lo compromete a actuar constructivamente y al oficialismo, a dejarse ayudar y a respetar a esa fuerza acompañada por el peso del 40% del electorado. Que, además, ejerce su presencia recurriendo a salir a expresarse en la calle con convicción y en paz. Eso genera respeto y apunta a ser reconocidos como parte de un todo. Se terminó el concepto de gobernar hegemónicamente. Todos los estamentos del poder están enlazados entre sí y fundamentalmente, subordinados al mandato popular. Las elecciones demostraron que la estrategia armada por Cristina le dio el mejor resultado. Poseedora de un piso de seguidores de un tercio del electorado, buscó alcanzar la cifra que la daría el triunfo con la reincorporación de dos políticos que se habían alejado de su lado, como Alberto Fernández y Sergio Massa que incluyó al apoyo mayoritario de los gobernadores que también navegaban por otras aguas. Se conformó un frente un tanto heterogéneo pero que permitió ganar y volver al poder. Macri, después de un resultado muy negativo en las PASO, parecía que estaba derrotado por amplio margen y que se terminaba su carrera política. Reaccionó convenientemente y se decidió a cambiar el estilo de su campaña y la gestión. El desafío fue su contacto con la gente. Treinta ciudades lo vieron llegar hacia ellas para demostrarles sus intenciones. En la gestión, la implementación de algunas medidas que nunca hubiera tomado antes le significó un acercamiento con sus votantes. Se humanizó y revirtió su pobre cosecha de las PASO, de un 32% llegó al 40%, con lo cual no le alcanzó para ganar pero que lo brindó en una derrota digna y lo posiciona como referente importante de la oposición. Ahora llega el momento de gobernar. Un país que no resiste más la continuidad de los fracasos en la conducción económica, social y productiva. Somos un territorio de ricos recursos pero que vivimos como pobres porque no tenemos la capacidad de administrarlos con inteligencia. Esto viene de muchos años y todos los anteriores gobiernos fracasaron. Es necesario tomar plena conciencia de esta situación. De otra manera no saldremos de las crisis que nos acosan. La inflación, la pérdida del valor de la moneda, la desocupación, los malos empleos, salud, educación, pobreza. En todas las variables estamos en los niveles más bajos y en otras, coma la inflación, pelamos los campeonatos con los peores. Argentina y los argentinos merecemos alcanzar los estándares de los países que han logrado ser sustentables y estabilizados en su economía. Creciendo sostenidamente y mejorando la productividad, la ocupación laboral, reduciendo la pobreza. Mejorando hacia adelante la educación hasta llegar a los valores de excelencia y competitividad que requieren la modernas estructuras y tecnologías para el desarrollo de las naciones. Argentina, es parte del mundo y debe recuperar su lugar de nación emprendedora y promisoria que se desarrolle y se ponga la altura de. nivel mundial en todas las áreas. Esto se puede lograr si dejamos de lado todas las recetas probadas y fracasadas, terminamos de pelear por pavadas y definitivamente, reconocemos todos los errores cometidos. Acordamos una planificación de políticas de estado que marquen el rumbo para llegar a ser el país que elijamos ser. Ese modelo tiene que ser debatido entre los mejores hombres con que podamos contar. Que reúnan condiciones de capacidad, idoneidad y formación profesional, pero que también sean serios y honestos y estén dispuestos a dar lo mejor de sí para concretar un quiebre histórico y definitivo en la decadencia a la cual nos está llevando esta sucesión de pobreza institucional. Es prioritario, ahora o nunca, parar esta caída en ese tobogán vertiginoso al cual nos han llevado los malísimos conductores que manejaron nuestros destinos por tantos años. De la misma forma que Cristina lo hizo, con Alberto y Sergio para ganar el poder, que es un fin personal y egoísta, deben repetirlo, ellos mismos, y el resto de la clase política e institucional para el bien de la república y de los argentinos. Pensar para todos no para sí mismos. Si podemos rescatar a los que quieran alinearse y tener la convicción patriótica de salvar a la Argentina, en los libros de historia del futuro, figurarán como próceres, de lo contrario serán, también, parte de los depredadores de esta querida tierra. Es la gran oportunidad de convertirse en héroes o villanos. Esperamos esperanzados de que todavía podamos rescatar algunos héroes entre tantos villanos. Es el “ser o no ser” una cosa o la otra, lo que, en definitiva, demostrará la envergadura de todos estos políticos que hasta ahora tienen deudas pendientes con la gente. Podrán convertirse de fracasados en exitosos promotores del despegue definitivo argentino. Un país de pie con todos incluidos. Ellos nos darán su respuesta.
Por Francisco Grillo